Practicar una vida ambiental sostenible

Emilio Chuvieco Salinero @EmilioChuvieco es Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá (Alcalá de Henares, Madrid) y director de la cátedra de ética ambiental que financia la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Dirige el máster en Tecnologías de la Información Geográfica y coordina el Grupo de Investigación en Teledetección Ambiental. 

Ha sido investigador visitante en las Universidades de Berkeley, Cambridge, Santa Barbara, Maryland y el Centro Canadiense de Teledetección.  

También ha participado en 30 proyectos de investigación y 22 contratos. Es coautor de 29 libros y de 344 artículos y capítulos de libro, 142 de los cuales están incluidos en la base de datos Scopus.

Miembro correspondiente de la Academia de Ciencias. Co-editor principal de la revista Remote Sensing of Environment. Fue galardonado en 2000 con el premio de investigación del Consejo Social de la Universidad de Alcalá. En 2016 con el premio a la excelencia en la dirección de tesis doctorales.

En coherencia con sus valores medioambientales Chuvieco es promotor de iniciativas verdes como el prestigioso congreso Ecoética. Colabora con otros profesionales de primer nivel y profundiza en temas tan relevantes como el cambio climático. 

Una vida verde

Hace unos meses se publicó una encuesta sobre la opinión de los valores y los compromisos ambientales de la población española. En la misma se distinguía dos muestras, una de gente joven (18 a 35 años) y otra del conjunto de la población.

Entre otros resultados, me parece reseñable destacar uno que aparece con cierta frecuencia en los estudios sobre valores ambientales.

La gente joven (y el conjunto de los españoles) considera muy importante la conservación ambiental, pero tiene poco compromiso personal para fomentarla.

En muchos órdenes de la vida puede existir incoherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos. No somos ordenadores programados para seguir un determinado código.

No obstante, también todos valoramos a las personas coherentes, que afirman en su vida cotidiana lo que piensan y proclaman. Para tener un comportamiento ambiental sostenible, es preciso convencimiento y compromiso.

El convencimiento de la importancia de los problemas ambientales y de la necesidad de tomar medidas de mayor calado para solucionarlos. El compromiso para aplicar a nuestra propia vida lo que estimamos idóneo para la organización social.

El consumo es quizá una de las dimensiones más obvias de este compromiso. Como han dicho diversos autores, el consumo implica una opción moral. Cada compra que hacemos (o que dejamos de hacer) manifiesta de alguna forma nuestros valores, qué estamos dispuestos a fomentar o a evitar.

Estar convencido y dispuesto a que ese convencimiento se manifieste en nuestros hábitos de vida es una primera fase del consumo responsable. Es preciso tener información confiable sobre en qué medida lo que consumimos está alineado con esos valores.

Por ejemplo, uno puede estar preocupado por la deforestación tropical; pero no percibir la relación que tiene ese proceso con lo que comemos (la carne o el aceite de palma, por ejemplo), o en cómo nos transportamos (biodiesels importados).

Lo mismo cabe decir de las opciones políticas que como votantes apoyamos. O de la presión que ejercemos en favor de determinadas cuestiones ambientales (cambio climático, contaminación aérea, escasez de agua, etc.).

Es necesario que los aspectos ambientales tengan un mayor protagonismo en nuestras decisiones; como consumidores, votantes y ciudadanos. Para que la preocupación ambiental vaya más allá de un sentimiento más o menos “cosmético”.

Los impactos ambientales no sólo afectan a la estética (la belleza de los paisajes, con ser muy importante), sino también a la salud y la seguridad alimentaria de muchos millones de personas. Y naturalmente a la supervivencia de muchas otras especies, ahora amenazadas por un concepto de desarrollo que no puede mantenerse en el tiempo. Además no nos hace más felices.

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